Durante la Primera Guerra de la Independencia de Escocesa, Escocia fue, a grandes rasgos, un país sediado; sus principales fortalezas, como los castillos de Stirling, Roxburgh y Edimburgo, estaban en manos de los ingleses; en el caso de Edimburgo, la guarnición inglesa vivía a placer en él por más de 20 años. Hasta que un día se les truncó la tranquilidad que gozaban.
En 1313 Bruce confió la reconquista del castillo de Edimburgo a su sobrino, el conde de Moray. Moray tuvo la suerte de contar entre sus soldados con un tal William Frank, que en los días anteriores a la ocupación inglesa, cuando estaba destinado en el castillo, había descubierto un camino secreto por el que podía salir de él, visitar a una amiga en la ciudad y regresar.
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